jueves, 14 de agosto de 2008

Botas y votos

Yo me despertaba. Miraba y no creía. También oía, pero ya no escuchaba. No les creía. No podía confiar ya en mis sentidos. No es que percibieran mal. Es que se les mentía.
En lo único en lo que podía confiar en aquellos tiempos era en ese hilo de voz, que se desprendía desde el, y acompañado de las vibraciones de unas cuerdas me decía que no estaba solo en mis pensamientos y desconfianzas. “Como un cuento de no acabar siempre arriba esos hijos de puta. Que te queman el bocho con mentiras para que no tengas salida”, me susurraba un pelilargo que se hacía llamar como un líder aborigen que murió defendiendo la memoria de su pueblo.
Se ve que algo de Arbolito tenía este cantante. Y me lo hacía saber. Yo ya no me sentía tan solo. Sabíamos que éramos dos, por lo menos.
Los demás estímulos no eran de fiar. Una pantalla mostraba como la presidenta se lanzaba acusaciones con un grupo de personas trabajadoras de la tierra que hasta parecían buenas porque insistían en que estaban defendiendo a los suyos.
El transistor, que ya no utiliza transistor alguno, insistía con la misma idea de combate entre buenos (que no eran tan buenos) y malos (que tampoco eran tan malos).
Pero otra vez, mi amigo que salía del pequeño auricular me dijo las palabras justas (cuando casi el televicio y las ondas de radio me estaban por confundir). “Si no hay botas, hay votos, juntitos sabemos lo bien que se llevan”; “La televisión puede más que la escuela”.

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